Entendemos que la educación consiste principalmente en transmitir buenos hábitos, tales como la generosidad, el compañerismo, la laboriosidad, la sencillez, el orden, la sinceridad, etc. Los padres en el hogar, a propósito de la misma vida cotidiana, van educando a sus hijos en las virtudes. Y en el colegio no debiera ser distinto: las horas de clases, los tiempos de esparcimiento, la convivencia diaria con compañeros y profesores, están llenos de oportunidades educativas, que permiten formar a nuestros alumnos en multitud de buenos hábitos. Lo que se requiere es dar intencionalidad educativa a todos esos momentos.
Esto es muy importante, porque los hábitos definen a una persona, ya que los seres humanos nos convertimos en aquello que indican nuestras acciones. Por ejemplo, si un niño dice la verdad habitualmente (incluso sobreponiéndose a las ocasiones donde sería más fácil engañar), entonces decimos que “es” sincero. Usamos el verbo “ser” porque, en cierto modo, la sinceridad se ha vuelto parte de su ser.
Creemos que el núcleo de la labor formativa de nuestro colegio es educar en las virtudes, lo cual exige necesariamente atender a la totalidad de la persona, iluminando su inteligencia y fortaleciendo su voluntad, ennobleciendo sus afectos y entusiasmando con ideales, para que esté en condiciones de descubrir la verdad, y libremente desear y llevar a cabo el bien.